Hacienda Cafetalera San Andrés, Maison fondée en 1972

Cada año intento llevar a mi familia de vacaciones a Marruecos. Me fascina sobre todo el norte del país, siempre me cautivó Tánger con su aire elitista de desayunar en español, almorzar en francés y cenar en árabe.

Cierto día cuando llegamos a Tánger me llamó la atención un predio amurallado con un portón que marcaba “Hacienda Cafetalera San Andrés” y mas abajo “Maison fondée en 1972”, además, de este colgaba un escudo de El Salvador.

Pensé en visitarlo, pero no quería tampoco alterar el orden de mis vacaciones familiares y me dije que iría justo al ultimo día, para saber que se escondía detrás de esa muralla que tanto me intrigó.

Cuando estaba llegando al portón un camión iba saliendo y logré ver una imagen en todo sentido fascinante: al fondo de este predio había un palacio y este como jardín tenia al mar de Alborán, una estampa maravillosa para carta postal. Además de ello, unas cerezas rojas secaban sobre grandes extensiones de patios que parecían ser de barro. Decidí entrar aun sin ser invitado.

Cuando pude entrar me percaté que estas cerezas no eran otra cosa que café. ¿Cerezas de café secando en Marruecos… vendrán de las islas vecinas españolas? Pero había tanto café, y sé que la producción de estas islas es realmente anecdótica. Al fin y al cabo, el nombre de esta Hacienda hacía justicia sobre lo que ahí se hacía. En estos pensamientos estaba cuando un golpe me tumbó, dejándome inconsciente.

Al levantarme estaba atado a una silla en el palacio, un palacio de un estilo un tanto gótico como decadente. Una especie de alfombra roja que servía de piso a plantas tropicales de todos los tamaños que saturaban todas las piezas me albergaba.

Una señora rubia, bastante mayor llegó hasta donde estaba. Empezó a interrogarme bastante furiosa, en francés, preguntándome que hacía en su propiedad sin autorización alguna. Le dije desde la primera vez que vi su recinto, este me intrigó, lo cual aunado al hecho de mi nacionalidad y afición por el café me hicieron cometer el exabrupto de entrar sin ser invitado.

Al escuchar y saberme salvadoreño, la actitud de la dama cambió. Mucho mas tranquila. Se presentó como la Marquesa de las islas y empezó a contarme su historia y como inició su actividad cafetalera. Recién cumplida su mayoría de edad, de su natal Córcega se embarcó hacia Latinoamérica como cocinera en un buque de carga. Después de un viaje mas tormentoso que largo, anclaron en la Isla de San Andrés. En dicha isla, rápidamente llegó a conocer a un joven salvadoreño que estaba ahí de vacaciones. Este joven producía café en su país y llevaba consigo la biblioteca completa de un escritor colombiano de nombre José María Vargas Vila. Hablaba sin falla ni sacia sobre el hecho que en su país los agricultores eran alérgicos al valor agregado, y que un país como el suyo, si les fuese permitido exportar el café en forma de cereza (estado muy precoz a cualquier transformación de la misma) sin duda lo harían todos. Las palabras de este joven, quién caí en la cuenta era mi padre, hicieron un eco en ella, pues se dio a la tarea de ingeniar y liderar un sistema (ilegal, cierto) de importar cerezas de café hacia Marruecos y terminar su secado y transformación en Tánger para regar posteriormente Europa con café marroquí.

Le dije este joven quién estaba al inicio conceptual de su emprendimiento, no era otro que mi padre. Fuera quedo toda duda luego de revelar mi apellido o porqué por ejemplo, Vargas Vila decía que las garras nunca se cortan sino mas bien se afilan o a quién se refería cuando hablaba de las flores nacidas del estiércol.

Conocer mi identidad la conmovió, y pidió a sus guardias (altamente armados) liberarme. Le agradecí el liberarme y dejé ese extraño recinto cafetalero onírico. Mientras caminaba hacia la salida no evitaba pensar que existe un día en el cual nos damos cuenta que todos podemos muy probablemente formar parte de la historia universal de la infamia.

Cruzando el portal, me senté en un Café al frente a intentar escribir lo que recién había visto, con Europa al frente mío de testigo. Empezando a escribir estaba, cuando el cocinero del Café sonaba la campanilla para llamar al mesero a servir una cena que había preparado, llegó a sonarla tan fuerte que logró despertarme.  La campana no era otra que mi alarma que sonaba, la apagué y tomé mi cuaderno para empezar a escribir esta historia antes de olvidarla.

Pie de página:

  1. Me he dado a la tarea de escribir un máximo de mis sueños al levantarme, e intentar buscar alguna lógica de espacio/tiempo/histórica en ellos basándome en datos que logre recordar. Este cuento es parte de esta bitácora de sueños, del 11 de marzo de 2022.
  2. Hechos: Curiosamente mi padre siempre me habló de un viaje que hizo durante su juventud a la isla de San Andrés, sin nunca haberme dicho mas que eso. Él solía también decir esta frase que, si fuese posible, el salvadoreño exportase el café en cereza (obviamente a hoy día esto ha cambiado, pues es uno de los países estrella en la generación del valor agregado en el café, pero en su época su pensamiento era muy acertado. La noche anterior cené en un restaurante de Córcega.

Una respuesta a “Hacienda Cafetalera San Andrés, Maison fondée en 1972”

  1. […] en sus libros. Curiosamente mientras leía este libro tuve un sueño bastante extraño sobre las famosas vacaciones de juventud en Colombia de las cuales mi padre nos hablaba a mi hermano y a mi cuando éramos niños. También conocí en […]

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