De niño y hasta mi adolescencia estudié en un colegio católico, de la fraternidad de los Maristas.
A misa íbamos una vez por semana en las mañanas, y dos domingos por mes.
No creo sea muy sorpresivo lo que diré, pero esto no es algo popular en la vida de un niño.
La misa de la semana, ok. Menos clases. Pero un domingo… no. Cómo se puede obligar a un niño a ir a misa cuándo hay tanto por hacer?… o ver en la Tv (!)
Medida impopular. Tortura China infantil.
Esto fue así durante 3 años. El cuarto esto cambió.
No es que el padre haya cambiado sus homilías utilizando a los Thundercats para ejemplificarlas o qué hizo la misa en versión resumida. No, otro evento externo ocurrió.
Mi hermano obtuvo su licencia para conducir. Y esto cambió todo. Mi hermano me llevaba a misa en un viejo Toyota Starlet rojo para estrenar su licencia. Ir a misa los domingos se volvió todo un evento en nuestras vidas.
Un evento del cuál probablemente no me recordase sino fuese porque este carro compacto contaba con un reproductor de cassettes en cuál mi hermano ponía a todo volumen el Definitively Maybe de Oasis, y recientemente, escuchando en la radio una canción de este álbum me trajo a la memoria este suceso de nuestras vidas. La distancia acorta y reúne, por extraño que parezca.
La aventura cobraba otro rumbo. La aventura tenía hoy un Soundtrack capaz de crearnos recuerdos en un futuro sin tan siquiera saberlo.
Recuerdos o nostalgia. Probablemente sean lo mismo.
Un trayecto intransigente e inflexible por mis papás: de la casa al colegio y del colegio a la casa. Intransigencia distraída un par de veces para pasar detrás de un súper selectos del centro buscando sobres del álbum panini de esa época (tampoco tengo la memoria de Funes para recordarme cuál álbum era, aunque por el año bien podría tratarse del de la Copa del Mundo de la FIFA).
“Pueda que lleguen a ser más grandes que los Beatles” me decía mi hermano. Quizá no llegaron a serlo, pero esos tiempos si lo serán para nosotros en nuestras vidas.
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