*Microcuento escrito originalmente en mi blog Life through a glass onion el 23 de enero de 2011. Editado el 6 de febrero de 2022.
“Al principio Dios creó al hombre, y viéndole tan débil, le dio el perro”.
Toussenel.
Muchas historias buscan ser contadas, otras tantas nunca pensaron que iban a serlo. Muchas historias dejan un legado en la mente de muchos y sin importar el desgastamiento de este mundo siguen pasando de boca en boca. Otras son tan infames que son más fácilmente olvidables que la cobardía de un canalla. Y hay otras sin embargo, que nos dejan un encanto sin igual sin importar que duren lo que la vida de una hormiga.
Dos amigos cierto día, argüían acaloradamente sobre la vida, el destino y todas esas cosas que quitan el sueño a los llamados animales pensantes. Observándolos se encontraba un singular canino, de contextura gruesa y pelo que cubría sus ojos, era un perro llamado Waldo, del que nadie sabía las cosas más elementales como quién era su dueño o qué edad tenía.
Waldo vivía pues de la comida que un señor de su misma contextura y cocinero de un restaurante, le regalaba.
Una vez ganado el sustento a base de su tosco afecto transmitido, Waldo podía vivir tranquilo, caminar sin mirar, buscar sin encontrar y proferir su amor a sus dos amadas, una pequeña perrita de raza muy refinada que rara vez volvía la vista hacia él y una muñequita de porcelana la cual a diferencia de la pequeña perrita, lo ignoraba por completo. Sin embargo Waldo les concedía su amor, algunas veces acompañado de un trocito de carne, trocito de carne que siempre era ignorado por la perrita y algunas veces comido por la muñequita, o a la inversa, no lo recuerdo bien.
Waldo tenía una singular amiga, una pequeña niña de cinco años que le daba postres o el sustento cuando sabía que Waldo había compartido la mitad con sus enamoradas. Esta niña además era la causante de la mayor de las alegrías de Waldo, pues lo hacía subir a su carro cuando iba de compras con su mamá, para que este sacara su cabeza por la ventana, y la señora sabiendo el cariño que la niña sentía por Waldo, nunca le negó esta alegría compartida de niño-perro.
Y es lo que ahora os relataré mis estimados lectores, dónde mi historia toma un giro distinto, distinto y para mi inexplicable pues no soy muy entendido de las ciencias físicas o químicas, y aunque me encantaría conocer terminologías de tiempo y espacio para relatarla a niños, debo decir que soy un completo ignorante de ellas.
Cierta mañana pues, se encontraban los dos amigos que al inicio de mi relato conté, siempre hablando de diversas teorías sobre la vida, sobre su existencia y todo ello, cuando pasó el carro que llevaba a Waldo con la cabeza de fuera, y por alguna extraña razón, extraña para ellos sobre todo, cuando la vista de ellos se cruzó con la del regordete can, la mente de los dos amigos entró en la del perro, lo que ahí vieron mis estimados lectores es indescriptible.
Vieron todo aquello que en el mundo les gustaba, todo lo que les apasionaba, subieron por él árbol Yggdrasil sin arnés, se embarcaron sin puerto y sin estar amarrados para zambullirse al ritmo del canto de las sirenas, simulando hacer clavados se lanzaban del cielo al infierno y viceversa menospreciando la gravedad, todos los personajes que siempre habían admirado estaban ahí, pero nadie hacía aquello por lo cual les admiraban, Balzac paseaba con una prostituta por brazo a orillas del Sena en lugar de estar escribiendo, y Hesse observaba maravillado el atractivo de una bella joven hindú mientras bailaba, Rembrandt regateaba el precio de una piel de oso y Rimbaud contaba en franca y cínica competencia con Byron.
Veían sus piernas, que ahora eran cuatro y eran patas, cayendo en cuenta por primera vez que era su impulso para caminar, abrían sus narices como nunca para saborear un exquisito trozo de carne fría.
Todo estaba ahí, todo estaba en el viaje ¿Qué era el viaje?
De repente estaban en el café de nuevo, despiertos de ese maravilloso sueño “alephiano”, habiendo comprendido todo, decidieron dejar la conversación de lado y marcharse.
Cada uno de ellos siguió un camino distinto, el primero de los amigos, se decidió a vagar feliz y tranquilamente, como Waldo se le veía enamorando alguna bella joven y entablar amistad con muchas otras más por la ciudad, el otro sin embargo, se decidió a escribir, para contar lo que sus ojos veían.
Ahora pues mis lectores, el dato más curioso de mi relato, es que estos dos amigos eran una misma persona.
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