Jetlag

Porto el nombre de mi abuelo. Primer nombre. Intermedio. Y apellido.

Porto su nombre, pero poco más una década me separó de nacer bajo su sombra.

Nunca conocí a mi abuelo, pero he llegado a crear un imaginario en base a lo que mi papá de él me contaba cuando yo era un niño.

Sé por ejemplo, qué tuvo uno de los primeros Land Rovers qué llegaron a El Salvador. Una camioneta de 3 velocidades que decía era su mejor inversión, pues en esta su motorista iba al pueblo o a la ciudad más cercana a la finca, a comprarle libros. Libros y periódicos. “Leía el diario aunque le pareciese vulgar, siempre tenía qué estar leyendo algo y a veces habiendo terminado sus libros no le quedaba de otra” me decía mi papá.

“Ya nació mi hijo, papá” me cuenta el mío le dijo cuando mi hermano mayor vino al mundo, “en ese tiempo había ya perdido la vista, una señora venía a leerle sus libros todos los días”.

Además del café mi abuelo nos transmitió el ser adeptos a la lectura, aunque nunca llegásemos a conocerlo. La sangre es más espesa que el agua dice cierto dicho gringo.

Hablando del café, no sé qué tipo de agricultor habrá sido realmente, pero algunas prácticas “lunares” o de “cabañuelas” por citar algunas, forman parte de los principios biodinámicos. Este tipo de agricultura y sus productos pueblan hoy día los restaurantes más elitistas de las capitales europeas, así como sus tertulias.

Quizá la agricultura y la alimentación no viven sino una especie de renacimiento que encuentra su sentido en su pasado. Un pasado más limpio y más lógico al fin y al cabo. El juego de los abalorios gastronómicos me gustaba llamarlo cuándo estudiaba mi maestría.

Nunca conocí a mi abuelo, y me pregunto, punto y a parte de la relación que he escuchado un niño desarrolla con sus abuelos, si con ciertos personajes de este mundo no sea mejor así?