Camilo

Camilo.

Camilo Velásquez.

Camilo es de esas personas que no conoces más que una vez en esta vida.

Camilo es de esas personas que en definitiva, no te dejan indiferentes.

Camilo es colombiano. Muy colombiano. Lo más colombiano a un colombiano que pueda en mi imaginario a un colombiano relacionar, a pesar que no llevo más que un año de vivir y diez de conocer, a esta tierra Sin Remedio. Es más colombiano que rebasar por el carril derecho, muy a pesar que un policía paisa en un retén le diga no pensó fuese colombiano por lo blanquito que es.

Es curioso conocer por medio de las abejas (las europeas y las endémicas) a alguien para que te venda café y te termine hablando de la literatura de Tomás González. Y fue en mi caso como conocí a Camilo.

Camilo me presta libros y yo se los presto a él. Desde mi hermano no utilizaba este verbo sino “regalar” cuando a alguien un libro doy. Esta es por cierto la razón por la cual como Barba Jacob por San Salvador ahora su libro se pasea.

Camilo escribe. Camilo es naturópata (de esos que conocen las plantas y las plantan). Camilo es también músico, y sus acordes son solamente tan locos que las palabras que articula al escribir. Camilo hace también sin lugar a dudas la mejor cerveza de jengibre del Quindío.

Aunque no venga al caso, Camilo es también mi amigo. Y dos libros suyos en mi biblioteca moran. La calidad del agujero no es tan pobre, una sensación de 2666 deja y si algo tendría que decir parafraseando a Borges parafraseando a Lovecraft: there are more things.

La literatura colombiana no es solo folclor. Existen bogotaidas sin remedio pero también conflictos que contar. Y aunque como salvadoreño debo reconocerlo, apegarse a estos como leitmotiv nacional me causa a veces hastío, es necesario conocerlos. Y qué bueno que existe gente capaz de contar estos momentos de una forma que aunque ni Wilde aprobase, nos permiten leerlos desde una hamaca y sin vomitar.

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