Hay escritos que puedan ser íntimos, sin buscar desnudar nuestras realidades.
Existen otros que pueden sin mayor dificultad de interpretación, exponer nuestras dificultades.
Hace un par de meses escribí un artículo que llamé Totono.
Totono era el nombre con el cual mis padres cariñosamente me llamaban cuando era un bebé.
Existen nombres así que seguramente generan una complicidad padres-hijos que solo se tiene una vez en esta vida, en ese sentido. Podemos recrear esa complicidad de nuevo con la paternidad, pero estando del otro lado.
Ese día que escribí ese artículo decidí dar muerte a Totono, y con Totono, enterrar a mis progenitores.
La vida nunca es fácil. Los tiempos cambian y muy seguramente no cometeremos los mismos errores que nuestros padres (o por lo menos, lucharemos por no caer en estos) por ser otras generaciones y vivir de y en otros tiempos.
Es difícil aceptar privarse de quienes nos procuran el mal y a la vez rodearse de quienes nos colmen de amor, parece paradójico o incluso masoquista, quizá. Pero la sangre tiende a ser más espesa que el agua, y nos nubla el pensamiento y la razón. El corazón busca sentir incluso lo que no nos hacen algunos sentir. La patria son los amigos diría la poeta, y la familia, la conforman quienes escogemos.
La vida aquí mismo se encarga de juzgarnos, y en el más allá, que tu deidad preferida se encargue de guillotinarte.
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