Los pensamientos del fin del mundo

Ayer me dieron la noticia que el día de hoy es el fin del mundo.

Me desperté, y pregunté si fue un sueño esta visión. Y no, no lo fue.

Hoy es el fin del mundo.

Tomé un libro y lo leí a mi hija. Hablaba de un cielo intermedio y un capitán que lo buscaba. Pues hoy es justo un día para buscar otro mundo para mi hija.

Salí al trabajo. Claro. Fui a tostar un poco de café. No se puede pasar el fin del mundo sin café. Qué el fin del mundo te pille tostando.

Pedí un deseo. Qué no se acabe el mundo. Quiero hacer las cabañuelas. Cómo lo hacía mi abuelito los doce primeros días del año. Del próximo.

Mi abuelito. Ese viejito que nunca conocí y qué producía café bajo principios biodinámicos (mientras no llegase la revolución verde) en su finca de manteles de tafetán.

Ese viejito del cual heredé el nombre que porto y quién parece al final de sus días y por la mismas razones, le leían a cuál Borges.

Regresé con mi café a casa.

Escribí un poema a mi hija. Un poema que creaba un mundo feliz que le permitiera escaparse de un salto de este mundo que hoy acaba.

Preparamos un café.

Bailamos con mi Gala preferida.

Bailamos, prometiendo al mundo que si nos lleva consigo, tan ligeros como la brisa seríamos.

Pues al fin y al cabo, pasajeros todos somos.

* Artículo escrito el 20 de noviembre de 2020, en Burdeos, durante un nuevo confinamiento en el país Galo.

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